"Invierno" de Rick Bass

Invierno

Invierno

Bass, Rick

ISBN

978-84-16544-83-7

Editorial

Errata Naturae Editores

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En De algún tiempo a esta parte, el monólogo teatral que Max Aub escribió en 1939, la protagonista llegaba a afirmar que a veces “el frío me hace el efecto de una manta”. Y esa paradójica sensación del frío como algo hospitalario y protector, un frío tan extremo que abriga, es, a su vez, uno de los protagonistas de este Invierno de Rick Bass, el testimonio de un tejano que, tras dar algún tumbo con su mujer en busca de un buen lugar donde cambiar de aires y escribir, acaban instalándose en un rancho de Yaak, en Montana, en la misma frontera con Canadá. Un confín que les atrapa precisamente por su dureza, que les convence por su inhabitabilidad, que les hechiza con su belleza. Si en general basta distraerse un momento de la ciudad y quedarse mirando dos árboles para sentir que uno, de repente, está en mayor contacto con la verdad, se puede intuir lo que sucede en paisajes tan aislados y casi vírgenes.
A pesar de que sabemos desde las primeras líneas que eso es lo que andaba buscando, el entusiasmo que vuelca Bass en su diario es sorprendente, por precoz. Es un amor a primera vista que pensamos que va a derivar en decepción en cuanto la naturaleza revele su cara más inclemente, pero no: el frío insoportable, inhumano, es precisamente lo que anhela el autor, una especie de “fríoterapia” que le haga renacer, poner sus cosas en claro, comenzar a escribir bien. Hacia la felicidad por la criogenización.
Y de hecho Invierno tiene algo de novela de aprendizaje, un claro aire de testimonio de epifanía y crecimiento personal. Tiene más de “literatura del yo” que de “nature writing”, por utilizar etiquetas genéricas de moda, y lo que sucede por dentro del personaje es más importante para el libro que aquello que lo condiciona, allá fuera: “Un mes es mucho tiempo cuando la vida es nueva”.
Rick Bass es mucho mejor poeta que humorista. De hecho, es lo primero, y no lo segundo: cuando intenta ponerse gracioso la cosa se tuerce un poco, pero su notable modo de conjugar lo cotidiano con lo sublime se emparenta con la mejor tradición poética americana. Las mejores entradas son esas en las que comienza a perfilarse una rutina en un medio donde las rutinas, por definición, son difíciles (en los dos sentidos del adjetivo): “Una buena cena. Todos los espaguetis del mundo y más aún. Días perezosos. Los peces saltan en el río que hay cruzando la carretera, al otro lado del bar. Elizabeth llega mañana”. Eso de barajar lo íntimo, lo propio, con lo exterior, lo de todos, es una actitud que estalla y destella con éxito en dos o tres momentos en los que se pone nítidamente dickinsoniano: “Cuando la nieve empezó a caer, fue como cuando aparecen los invitados”.
Ante la certeza definitiva (un poco escalofriante pero también un poco consoladora) de que “aquí no nos van a traer ninguna pizza”, Rick Bass puede llegar a exaltarse: “Hay días en los que prometo, que juro, que, mientras pueda seguir subiendo el sendero de detrás de la casa o salir al porche y mirar las estrellas, nunca seré infeliz, nunca. No sólo doy las gracias por lo que tengo, las proclamo”. Pero, ay, amigo, es muy difícil ponerse cursi a veintiséis grados bajo cero, y en eso salimos ganando los lectores: el tono de Bass es en general contenido, aunque se enfada con sus vecinos (y los insulta en su cuaderno con alarmante facilidad), y de vez en cuando adquiere también cierto sabor aforístico, pues lo de aprovechar el paisaje para extraer enseñanzas es algo que en literatura tiene su pedigrí: “Si salieran baratas (nuestra felicidad y nuestra libertad) no merecerían la pena”.
Puede parecer un abuso por nuestra parte, o una sobreinterpretación, pero el hecho de que lo que aquí se nos cuenta suceda entre 1987 y 1988, unido a lo que nos dice la solapa de que Bass sigue viviendo en Montana, ya bien asimilado, es algo que aporta mucha credibilidad a su diario, que aumenta su valor testimonial. Quiere decir, creemos, que su aventura no era un capricho, no era un arrebato, no era un descanso… Era, simplemente, verdad, y la verdad, se diga lo que se diga, es el principal valor literario (y el conservante más necesario para la poesía que merece ser llamada así).

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