Relato de Gabriel Sofer de un librero

Al final del mar (El olivo azul) de Gabriel Sofer es un libro recomendado por el Pepe Guerrero, librero de Proteo en Málaga. También gano el Premio al mejor libro novel por parte de librería Sintagma de El Ejido (Almería); y la manera que tiene de agradecérnoslo es dedicándonos este maravilloso texto:

“Cuando era pequeño, la librería más cercana a mi casa era la librería Weissman que regentaba el señor Ari Weissman, en la calle Hooper, en Williamburg, Brooklyn. Era una librería pequeña pero de techos muy altos y estanterías que llegaban, abarrotadas de libros, hasta arriba. El señor Weissman era un hombre religioso, pero no especialmente ortodoxo, pues además de libros judíos vendía libros de literatura e historia en varios idiomas. Estos libros ocupaban las estanterías más altas, a las que sólo se podía llegar trepando por una escalera móvil de madera.

El señor Weissman se pasaba todo el día leyendo y le molestaba que lo interrumpieran. Así, cuando alguien entraba en su librería, chasqueaba la lengua con fastidio, sobre todo si los que entrábamos éramos niños. Lo peor era tener que pedirle un libro que estuviese en una estantería alta, que era donde almacenaba “las literaturas del mundo”. Y en la lista que me entregaba mi madre cada quince días casi sólo había de esos libros. El señor Weissman suspiraba, posaba sus enormes gafas de pasta marrón sobre el volumen que leía, frotaba sus ojos y con cansancio y torpeza se acercaba andando a la escalera.

Después de pagarle los libros que envolvía muy despacio en papel acolchado, te acompañaba a la puerta, te despedía con un gruñido, cerraba con llave y colgaba un letrero en la puerta en el que se pedía a los posibles clientes que regresaran “en media hora o más”.

Era toda una aventura llena de misterio ir a la librería del señor Weissman. Por eso para mí los libros de Kafka, de Enid Blyton, de Stevenson o de Cervantes no son meros libros, son tesoros que fui encontrando durante varios años de aventuras quincenales.

Hace ya mucho tiempo que desapareció la librería y con ella el señor Weissman. Desde entonces espero, sin mucha esperanza, entrar en una buena librería de cualquier lugar del mundo y que el librero no me sonría ni me atienda sino que chasquee la lengua porque esté leyendo el Talmud o un ensayo de Sánchez Ferlosio y no se le pueda molestar. Sabré entonces que he entrado en un lugar donde muy bien podría estar enterrado, por ejemplo, el tesoro de Barbarroja.”

Texto de Gabriel Sofer

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Relato de Gabriel Sofer de un librero

Al final del mar (El olivo azul) de Gabriel Sofer es un libro recomendado por el Pepe Guerrero, librero de Proteo en Málaga. También gano el Premio al mejor libro novel por parte de librería Sintagma de El Ejido (Almería); y la manera que tiene de agradecérnoslo es dedicándonos este maravilloso texto:

“Cuando era pequeño, la librería más cercana a mi casa era la librería Weissman que regentaba el señor Ari Weissman, en la calle Hooper, en Williamburg, Brooklyn. Era una librería pequeña pero de techos muy altos y estanterías que llegaban, abarrotadas de libros, hasta arriba. El señor Weissman era un hombre religioso, pero no especialmente ortodoxo, pues además de libros judíos vendía libros de literatura e historia en varios idiomas. Estos libros ocupaban las estanterías más altas, a las que sólo se podía llegar trepando por una escalera móvil de madera.

El señor Weissman se pasaba todo el día leyendo y le molestaba que lo interrumpieran. Así, cuando alguien entraba en su librería, chasqueaba la lengua con fastidio, sobre todo si los que entrábamos éramos niños. Lo peor era tener que pedirle un libro que estuviese en una estantería alta, que era donde almacenaba “las literaturas del mundo”. Y en la lista que me entregaba mi madre cada quince días casi sólo había de esos libros. El señor Weissman suspiraba, posaba sus enormes gafas de pasta marrón sobre el volumen que leía, frotaba sus ojos y con cansancio y torpeza se acercaba andando a la escalera.

Después de pagarle los libros que envolvía muy despacio en papel acolchado, te acompañaba a la puerta, te despedía con un gruñido, cerraba con llave y colgaba un letrero en la puerta en el que se pedía a los posibles clientes que regresaran “en media hora o más”.

Era toda una aventura llena de misterio ir a la librería del señor Weissman. Por eso para mí los libros de Kafka, de Enid Blyton, de Stevenson o de Cervantes no son meros libros, son tesoros que fui encontrando durante varios años de aventuras quincenales.

Hace ya mucho tiempo que desapareció la librería y con ella el señor Weissman. Desde entonces espero, sin mucha esperanza, entrar en una buena librería de cualquier lugar del mundo y que el librero no me sonría ni me atienda sino que chasquee la lengua porque esté leyendo el Talmud o un ensayo de Sánchez Ferlosio y no se le pueda molestar. Sabré entonces que he entrado en un lugar donde muy bien podría estar enterrado, por ejemplo, el tesoro de Barbarroja.”

Texto de Gabriel Sofer