"Qué queda de la noche", de Ersi Sotiropoulos

Qué queda de la noche

Qué queda de la noche

Sotiropoulos, Ersi

ISBN

978-84-16677-54-2

Editorial

Editorial Sexto Piso

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En los últimos tiempos se valora mucho la “literatura ligera”, sin que parezca repararse demasiado en que la distancia entre lo ligero (a menudo una virtud) y lo leve (un defecto irremontable) es muchas veces peligrosamente pequeña. Se confunde lo sencillo con lo simple, lo cotidiano con lo banal, lo cercano con lo inane, lo pequeño con lo carente de ambición significativa, a la maravillosa Natalia Ginzburg con […]. Y en ese apego por los libros fáciles de leer hay, claro, algo de pereza, un síntoma alarmante incluso para los que no somos nada catastrofistas en cuanto al futuro de la cultura o de la lectura o de la inteligencia. Es verdad que no todas las novelas están obligadas a ser tan frondosas y geniales como Solenoide, por poner un ejemplo reciente de literatura que de repente te hace recordar lo que es la literatura, llegada cuando estamos acostumbrados ya a novelas que, sin esfuerzo alguno, sin poso, se leen en cincuenta minutos y se olvidan para siempre en cinco. Las comparaciones son, sí, odiosas, pero también inevitables, y sin duda hay sitio para todo tipo de libros, sin jerarquías ni prejuicios, pero a la hora de repartir méritos conviene no olvidar la diferencia entre la grandeza descomunal de algunos proyectos (y, lo que es más importante, lo satisfactorio de sus resultados, como en el caso de la citada novela de Cartarescu) y la insustancialidad esencial de nouvelles construidas sobre una supuesta anécdota.
Decimos todo lo anterior porque a la editorial Sexto Piso, entre otras cosas, habrá que agradecerle que siempre ha salido a la caza del lector exigente, siempre ha apostado por una literatura enjundiosa, nada complaciente, con un alto listón de calidad, rebuscando en los catálogos foráneos libros sólo aptos para lectores no perezosos, trabajadores, activos, a contracorriente de lo que nuestros apresurados tiempos parecen demandar. Un nuevo y buen ejemplo de esto es la novela Qué queda de la noche, de la escritora griega Ersi Sotiropoulos, que narra tres espesos días de 1897 en los que el poeta C.P. Cavafis y su hermano John vagan por un París agitado todavía por el ‘affaire Dreyfus’, confundido por las vanguardias artísticas, sacudido y aletargado a la vez como sólo las grandes ciudades pueden, simultáneamente, alterarse y reposar, esa ciudad frenética en lo que lo distinguido es aburrirse en medio de las fiestas más sofisticadas… En esta novela, traducida por Vicente Fernández González y Antonio Vallejo Andújar, encontramos a un joven Cavafis ya no sólo tendente a la soledad sino más bien introvertido, literalmente onanista, casi un poco misántropo y sobre todo ensimismado con sus reflexiones poéticas, a menudo un tanto angustiosas por aquello de “la ansiedad de las influencias” (“Baudelaire, Rimbaud, Hugo, me abrumáis. Vuestra talla me aplasta”, medita el griego en p. 143…). El candidato a poeta vagabundea insomne por París, evita presencias indeseadas, corrige poemas, duda de su vocación, compite en secreto con su hermano, se desespera. Lo pasa mal, y saber que lo pasa mal por tonterías y vanidades lo hace pasarlo aún peor… Todo le alimenta pero todo le estomaga. Son, al parecer, días de encrucijada personal, de disyuntivas interiores, de replanteamiento de la vocación en medio de una existencia que expande o contrae su sentido según pasan las horas: “La noche era tan dulce… Los poemas podían esperar” (p. 129).
El desasosiego del personaje se contagia al lector, y es una incomodidad de naturaleza creativa pero también erótica, llena de recuerdos, anhelos, mala conciencia, reincidencias… Casi todo lo que sucede en esta novela sucede por dentro del personaje, en su psicología, pero también sucede en el lenguaje, muy rico, aunque la trama lo va llevando todo hacia un ambiguo lugar llamado “el Arca” donde suceden cosas imprecisas y misteriosas… Es importante, con todo, advertir que el valor de esta novela no es testimonial, no es biográfico (entre otras porque la novela es siempre ficción y esto es una novela), y si el protagonista no fuese un poeta decisivo en formación sino un personaje perfectamente anónimo e inventado la novela funcionaría igualmente, incluidas las reflexiones metapoéticas, la crisis con la métrica o la rima en medio del acoso de los “ismos”, el agobio de la tradición presionando siempre (y para un escritor griego el peso de lo heredado ha de ser aún más abrumador…). Sotiropoulos necesitaba a un personaje de viaje, fuera de su rutina, en reconstrucción, y lo ha hallado en Cavafis cuando comenzaba a ser Cavafis, con tantas dudas como hambre de gloria, con tantos proyectos como inseguridad, con tantos deseos como represiones… La novela es, en todos los niveles, de una solvencia impecable, y no es extraño que haya llegado hasta nosotros refrendada ya por algunos premios. Seguro que ganará alguno más. Desde luego, los merecería.
 

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