“Las órdenes”, de Pilar Adón

Las órdenes

Las órdenes

Adón, Pilar

ISBN

978-84-946544-9-7

Editorial

La Bella Varsovia

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La poesía nace siempre de una insatisfacción, o por lo menos de una carencia, de algo que no está completo, que no está completamente hecho o que tal vez hay que rehacer. Incluso en los casos en los que nace de la plenitud, de la gratitud, de la conformidad…, se trata de plenitudes, gratitudes y conformidades que necesitan ser expresadas, necesitan ser dichas y compartidas, necesitan salir. La realidad no es sólo lo que existe, y si la poesía importa es porque probablemente es la zona de la realidad donde más claramente nos es dada la posibilidad de renacer, de que las cosas sean de otra manera. “Cuando sea mayor / voy a tener seis años”, escribió alguien, y es en la realidad paralela de la poesía donde eso es posible. En el último poema del nuevo libro de Pilar Adón, Las órdenes, ese fenómeno vuelve a quedar explícito, y aunque probablemente se esté poniendo por escrito más una frustración que un proyecto o un propósito (“la próxima vez estudiaré alemán, / la próxima vez seré más fuerte, / la próxima vez / naceré en Viena”…), hay algo de esa suplantación, de esa impostura ideal, de esa rectificación de lo vivido. Gracias a los versos la reencarnación no es futura, sino que se hace un poco presente, aunque sea provisional.
Con ese poema se remata un libro en tres secciones en el que, más que nunca en la poesía de la autora madrileña, brillan los poemas hiperbreves (“Eso espiritual que ves en mí es miedo”; “Sólo quien tiene el amor / lo cree prescindible”; “Es una pulsión: un hombre encuentra agua / y tira una piedra”…) y en el que se llega bastante lejos en el asunto de la indagación en una misma, los ascendientes, lo corporal y lo psicológico. A quienes hayan ido leyendo las narraciones de la autora (como la magnífica novela Las efímeras o los cuentos de La vida sumergida –reseñados para ‘Los Libreros Recomiendan’ por la Librería de Mujeres de Canarias–) no les extrañarán los temas de este libro, su vocación orgánica, pero ahora se abordan, en principio, en primera persona. En ese sentido Pilar Adón es muy valiente, y no lo decimos tanto por la osadía en lo confesional como porque no parece importarle ser malinterpretada: ese poema de “¿Quién me va a cuidar cuando sea vieja?…” podría ser leído como un ejemplo de hasta qué punto puede la autocompasión ser llevada al paroxismo, y sin embargo nosotros vemos en él más humor (esos osos de gominola marca Haribo cumplen su función en el poema…), aunque “humor” nunca es la palabra exacta al hablar de Adón, y más bien habría que hablar de juego, o de proyección, pues, al igual que en otro poema añora cosas de “mi yo joven”, en ése fantasea con su improbable yo anciana. Hay otro poema que comienza “No queremos ser madres…” (casi todos los textos van intitulados) que podría ser leído como una exaltación del egoísmo o incluso de la inmadurez, pero es más perspicaz ver en él, en todo caso, cierto “peterpanismo”, o simple pero radical necesidad de independencia, de auto-protección, de que las cosas buenas no cambien, se preserven…
Sea como sea, en Las órdenes hay ante todo verdad, algo que se percibe especialmente en los poemas familiares (el de la casa de la abuela, el de las conversaciones telefónicas con la madre, los del padre convaleciente…), pero no tanto en lo que se refiere a sentimientos o personas como a los detalles más menudos, o a veces al simple lenguaje: cuando Pilar Adón escribe, por ejemplo, “aceite”, ese “aceite” es aceite, no literatura. Y eso, en un contexto de creciente hiperliteraturización de la poesía, es cada vez es más raro y más necesario. Y hay muchos lectores que lo buscamos.

Juan Marqués, ‘Las Librerías Recomiendan

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