"La larga carretera de arena", de Pier Paolo Pasolini

La larga carretera de arena

La larga carretera de arena

Pier Paolo Pasolini

ISBN

978-84-16529-64-3

Editorial

Gallo Nero Ediciones

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A sus treinta y siete años, cuando aún no había dirigido ninguna película pero ya se las había visto en más de una ocasión con la Justicia italiana, Pier Paolo Pasolini recibió el encargo de recorrer las playas italianas y escribir un reportaje en tres entregas para la revista Successo. Era el verano de 1959 y todo ardía: “la playa está en la plaza. Las puertas de las casas y los cafés dan a la escasa arena, y, sobre la escasa arena, se esparce la multitud de los grandes días de verano. Una feria estupenda, de rojo, azul y verde, en la que los jóvenes, los niños, las madres, los marineros, la pobre gente, se amontona festiva entre gritos, risas y juegos”.
Pasolini es más poeta en su prosa o en su cine que en su poesía (donde tendía a una amplificación excesiva, a cierta grandilocuencia), y en La larga carretera de arena lo demuestra cada pocas líneas de un modo destellante. Todo es cotidiano y todo le sorprende, y hasta lo vulgar le resulta extraordinario, revelador, digno de exaltación. Según él mismo dice, le “arrastra un gozo tal por ver que es casi como si estuviera ciego”, y el resultado, más que un reportaje de las playas italianas, es una improvisada apología del verano, pura celebración de todo lo que vive.
Ya hay algo gozoso e irresistible simplemente en algunos topónimos –Castellammare, Tarento, Pescara, Cattolica, Chioggia…–, míseros y calcinados (dado que por esos días hasta “el sol arde”), pero Pasolini aporta además su mirada ante los paisajes y junto a las gentes, convencido de que “la curiosidad siempre es más fuerte que la prudencia”: hay una bañista holandesa “bella como un pequeño ciprés”, alemanes “rubios como mazorcas”, “piernas desenvainadas como un par de dagas”, en Nápoles le invade “una peste a pescado que parte el corazón”… Aunque permanece pocas horas en cada lugar (o, directamente, pasa de largo), el viajero no deja de anotar alguna pequeña impresión, una pincelada, un juicio o un prejuicio. Esta edición de Gallo Nero, traducida por David Paradela López, presenta sangrados los fragmentos que no se publicaron en Successo y, aunque no se explican los motivos de esas omisiones, en muchos casos es fácil intuirlos. Sí se dio luz verde, sin embargo, a un fragmento que, al circular, ofendió a las gentes de Cutro (retratado como “el pueblo de los bandidos”), y se reproduce como apéndice la carta que Pasolini escribió en respuesta a esa reacción (y en la que sus explicaciones y disculpas, probablemente, multiplicarían el sentimiento de ofensa, algo muy pasoliniano).
Aunque “el demonio del viaje me empuja hacia el sur”, desde Roma a Sicilia bordeando el Mediterráneo, Pasolini culminó su recorrido subiendo por la costa adriática hasta Venecia y Trieste, lugares bien conocidos por él, playas de su infancia, y así remató un viaje y una crónica que, leídos ahora como libro, constituyen un retrato parcial y un tanto arbitrario, pero también nítido, hiperpoético e hipervital, de las orillas de una Italia que, para bien o para mal, ya era neorrealista. Nosotros hemos leído este libro con los pies metidos en el agua, bajo todo el sol del mundo, rebozados en arena, con los ojos borrosos por la sal… pero no es el único modo de recorrerlo, y podrá ser también un consuelo en el invierno, o acaso un sucedáneo leído tierra adentro. Sea como sea, la lectura de este libro supone un jolgorio elemental, algo un tanto primitivo, pues es una defensa de la vida en estado puro, del dejarse llevar, de la improvisación estratégica y de la indolencia atenta, de la pereza vigilante, del placer trabajador. Un libro perfecto para el verano, entendiendo que el verano lo es todo, que siempre es verano, y que la vida, aparte de una estirada carretera flanqueada por playas, es un largo y refulgente mes de agosto en el que sumergirse a conciencia, pero también un poco inconscientes.

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