“Días como aquellos” de Alfonso Alegre Heitzmann

Días como aquellos. Granada, 1924

Días como aquellos. Granada, 1924

Alegre, Alfonso

ISBN

978-84-17453-28-2

Editorial

Fundación José Manuel Lara

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Se cumplen mañana exactamente noventa y cinco años desde aquel otro 21 de junio en que, a las diez de la mañana y desde la estación de Atocha, salieron juntos, hacia Granada, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca, para pasar algunos días que serían muy importantes para ambos. Y a esa pequeña excursión acaba de dedicar Alfonso Alegre una premiada monografía que nos ha atrapado y convencido, y que necesitamos recomendar.

Francisco Garfias, Ricardo Gullón, Graciela Palau de Nemes, Antonio Campoamor González o Ángel Crespo, entre otros y otras, formaron una primera vanguardia de amigos, exégetas y primeros biógrafos juanramonianos a la que después han relevado profesores o estudiosos como Francisco Javier Blasco, Soledad González Ródenas, José Antonio Expósito, Teresa Gómez Trueba o Almudena de la Cueva, al tiempo que la obra de Jiménez ha sido también, en diferentes tiempos, analizada y celebrada por los propios poetas, como Ángel González o, con especial insistencia y devoción, Andrés Trapiello, y sin olvidar que el primer y casi el principal “juanramonista”, el más entregado, fue Juan Guerrero Ruiz, a quien debemos tantas y tan precisas informaciones. Y en ese árbol genealógico es decisivo un investigador que también es poeta, Alfonso Alegre Heitzmann, que al editar en 1999 los libros de poemas del exilio de Jiménez consiguió un hito que supuso el comienzo de algo, o al menos la reactivación de un interés por el de Moguer que se había disuelto o dispersado mucho. Aquel libro maravilloso se tituló Lírica de una Atlántida y este 2019, veinte años después de su primera ordenación, va a ser reeditado, lo cual es una noticia estupenda. Pero a Alegre le debemos además la minuciosa edición (todavía en marcha) del epistolario de Juan Ramón, y también una exhaustiva crónica de todo lo que tuvo que ver con su Premio Nobel de 1956, libro en el que por fin quedó claro hasta qué punto se conspiró desde las autoridades españolas del interior para que un ilustre exiliado republicano no fuese distinguido en Estocolmo. 

Quien haya leído cualquiera de esos trabajos de Alegre (o quien esté familiarizado con su labor de editor en La Rosa Cúbica) sabe hasta qué extremos se complace con los detalles, con la exactitud, con la persecución de cualquier hilo mínimo. Y en ese camino ha encontrado muchas veces verdaderos hallazgos, descubrimientos que a los profanos pueden parecer diminutos o triviales y que sin embargo arrojan a veces una luz definitiva, datos impagables para entender textos importantes. Alguien podría pensar, sin ir más lejos, que al dedicar toda una monografía de 170 páginas a reconstruir el viaje de once o doce días que Jiménez hizo a la Granada de Lorca (que era también la de Manuel de Falla, y la de Fernando de los Ríos…) se está aplicando una lupa de tamaño exagerado sobre un suceso más bien irrelevante, de valor en todo caso privado… Basta entregarse al libro para entender que no es así, y que el estudio pormenorizado de aquellas jornadas no sólo ayuda a entender, como parecería natural, los Olvidos de Granada de Juan Ramón, sino que resuelven viejas dudas sobre libros tan cruciales como el Romancero gitano (publicado, no lo olvidemos, en 1928, y obviamente influido por Juan Ramón, aunque nunca se haya querido incidir demasiado en esa ascendencia evidente). Todo el mundo conoce, por ejemplo, el maravilloso poema “Preciosa y el aire”, en el que una niña gitana, en una “noche llena de peces”, sufre un intento de violación por parte de un hombre que la persigue “con una espada caliente”. En ese poema inolvidable Preciosa se refugia en la casa de “el cónsul de los ingleses”, detalle que podría parecer arbitrario, con su punto exótico o distinguido, y en todo caso algo anotado poco menos que para aportar una rima sorprendente, una salida inesperada y estimulante… Pues bien, sucede que el cónsul inglés había desfilado ya por el texto juanramoniano titulado “El ladrón de agua”, y en el intento exitoso y casi obsesivo de Alegre por desentrañar esa hermética prosa, consigue no sólo identificar a ese diplomático tan querido y citado por los poetas, y así contribuir a completar la comprensión del romance lorquiano, sino, de paso, insinuar un detalle estimulante sobre… Bajo el volcán de Malcolm Lowry. Y, comprobando las fechas, no es ningún disparate aventurar que la elección del romance como estrofa única del primer gran libro de Lorca pudo ser despertada por el magistral romance, “Generalife”, que Jiménez envió a la niña Isabel García Lorca para agradecerle su alegría y su gracia en aquellos días de reunión y paseos. Y en ese “laberinto de pena” que Jiménez adivina en la Alhambra encuentra Alegre la semilla de alguna actitud lorquiana trágica posterior (y a nosotros, de hecho, nos ha recordado también el sublime “prado de pena” en el que se sentiría Yerma en el mejor monólogo de aquella pieza). Y es así, simplemente, como se hace la filología.

Es decir que, lejos de suponer un ensayo prescindible sobre un acontecimiento menor, dan ganas ya de hacer una edición crítica de este libro, o de escribir otro ensayo paralelo para comentar, discutir o celebrar todos los hallazgos de Alegre (que incluyen también material gráfico, expuesto en el cuadernillo central del libro). Es éste, en fin, un libro ejemplar, modélico, de cómo contar algo y escarbar en sus motivaciones y en sus consecuencias. Y tratándose del momento de mayor cercanía entre los dos principales poetas españoles del siglo XX, cualquier ‘justificatio’ saldría, en todo caso, claramente sobrando. Hablamos, en fin, de una modesta joya, un eslabón muy sólido para entender mejor momentos fundacionales de nuestra historia cultural.

 

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