“Diario austral” de Antonio Rivero Taravillo

Diario austral

Diario austral

Rivero Taravillo, Antonio

ISBN

978-84-17594-39-8

Editorial

La Línea del Horizonte Ediciones

Donde comprarlo

Ahora que hemos entrado en una frondosa temporada de fiestas literarias, de eventos y celebraciones librescas, nos apetece recordar que hay pocas cosas más fáciles en esta vida que montarse una fiesta del libro: basta con elegir un buen título (los libreros podemos ayudarte a ello), hacerse con un sofá suficientemente cómodo (los suecos, que hoy mismo demostrarán que saben mucho de premios literarios, también entienden de muebles) y ya: la juerga puede comenzar.

Con los viajes ocurre algo parecido, aunque admitimos que no es lo mismo, no es lo mismo… Pero que un buen libro de viajes puede ser un fantástico sucedáneo de ese mismo viaje es asimismo algo bastante convincente, y que de hecho está bastante bien documentado en la historia de la literatura, sobre todo en lo que se refiere a las expediciones, cuando viajar significaba algo más que dejarse trasladar de un sitio a otro… Lo que acaba de publicar el activo escritor melillense-sevillano Antonio Rivero Taravillo no es exactamente un libro, sino, explícitamente, un cuaderno de viaje, una libreta de notas, la que le acompañó en su viaje de 2010 por Argentina. Está bien que se publique en una bonita colección de La Línea del Horizonte titulada “Cuadernos de Horizonte”, porque es, en efecto, un diario, no un libro elaborado o completado posteriormente sino el resultado de transcribir las notas “del natural”, los apuntes, las improvisaciones, decoradas con alguna oportuna fotografía. Y es exactamente lo que quiere ser: no una guía de Argentina sino lo que dice su subtítulo: una “Crónica de un viaje a la Argentina”.

Tiene gracia que el traductor, novelista, poeta, biógrafo y crítico Rivero Taravillo haya recurrido a la tercera persona, algo bastante insólito en un diario, y también nos gusta que haya trufado con esbozos de poemas sus notas, pues eso refuerza la impresión de que aquí se ha volcado directamente, sin demasiado procesado posterior, lo apuntado sobre el terreno, lo inspirado por el contacto directo, inmediato, con los paisajes que contempla o las calles que pasea o los chuletones que se atiza. Y si ese terreno es Buenos Aires podemos tener bastante bibliografía a mano, bastantes cosas leídas, una cierta idea de la ciudad y de su historia y de sus peculiaridades… Pero si el viajero no se queda en la ciudad sino que se sube al Iguazú o se baja a Ushuaia, la cosa adquiere mayor interés, como si la sublime fuerza de la naturaleza encontrase su correspondencia en la modesta fuerza de lo que se dice.

Curioso, culto, indagador, melancólico, enamoradizo (¿acaso demasiado?), solitario e ingenioso, el “falso” personaje que ha engendrado Rivero Taravillo para su viaje argentino parece haberse propuesto, ante todo, no fatigar al lector con datos superfluos o informaciones de Wikipedia: él, como es de rigor en la literatura de viajes, ha preferido aplicar su mirada, esa sólo suya, ver lo que sólo él podía ver desde su sensibilidad o sus manías. Hasta la orografía es diferente según quien la mire, y lo objetivo, sea eso lo que sea, lo dejamos para las (magníficas) guías de Lonely Planet. Esto de aquí es literatura, en este caso no sólo estratégicamente breve sino deliberadamente leve, casi eso que ahora se llama ‘casual’, pero a la vez duradera.

En una bonita e impecable edición sin erratas, sin apenas descuidos (Juan Gelman no murió en 1984, como se dice en página 74, sino treinta años más tarde), Rivero Taravillo va del museo al descampado, de la librería de viejo a la pre-Antártida, de la Quilmes a la Pampa, de la pulpería al fin del mundo. Más apegado a Pizarnik que a Maradona, más observador que intrépido, preguntón pero también introvertido, Rivero Taravillo aboceta aquí sus días argentinos durante esos mismos días, y la impresión es ésa, la de la inmediatez, la de la implicación, la de la inmersión, la de cierto “asombro”, por usar un sustantivo al que él recurre significativamente. Y al cabo, claro, lo de siempre en estos libros personales: tenemos ante todo un paisaje interior, un autorretrato con glaciares.

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