"Carvalho: problemas de identidad" de Carlos Zanón

Carvalho: problemas de identidad

Carvalho: problemas de identidad

Zanón, Carlos

ISBN

978-84-08-20148-9

Editorial

Editorial Planeta

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El detective privado Pepe Carvalho ha llegado vivito y (literalmente…) coleando hasta la Barcelona de Ada Colau. La mala vida que le conocemos (pues ha quedado minuciosamente documentada en muchas novelas) y la pura cronología hacen que lo veamos en 2017 ya un poco perjudicado, y a sus “cincuenta y muchos” años anda necesitado de ciertas pruebas médicas que previsiblemente, y para preocupación de su leal “Biscúter”, no está dispuesto a hacerse. Ahora bien, en lo que respecta a lo literario, la salud de Carvalho es excelente, y todo parece indicar que tiene un gran futuro por delante, pues Carlos Zanón, designado por los herederos de Manuel Vázquez Montalbán como continuador legítimo de sus crónicas, ha llevado a muy buen puerto el dificilísimo encargo.
Carlos Zanón se muestra valiente, muy provocador, deslenguado…, y en lo literario está poco dispuesto a recordar que se dirige a un público masivo… Es decir, que era, en efecto, un dignísimo sucesor de Vázquez Montalbán. Entretenido y a la vez exigente, su estilo, tan frondoso en referencias sociopolíticas y culturales, puede desconcertar a algunos lectores, pero ¿acaso no es el desconcierto uno de los principales pilares de la novela negra? Lo decimos porque renunciando casi a las posibles traducciones (un lector, digamos, albanés, lo pasaría mal con tanta alusión a Bárbara Rey y a Ángel Cristo, a Pasqual Maragall y a Samaranch), y probablemente también a los lectores del futuro (no queda tanto para que la gente no recuerde quién fue Joaquín Sabina o Andrés Iniesta), esta novela se entrega gozosamente y sin cálculos a la radiografía de un presente barcelonés que tiene muy en cuenta lo mejor de lo que la literatura ha hecho antes en homenaje a las zonas menos vistosas y menos turísticas de esa ciudad, esas cuyas preocupaciones están lejos de los “problemas de identidad” políticos a los que tan discretamente hace referencia el título. Y no lo decimos sólo por el propio creador de Carvalho (a quien Zanón hace una bonita primera referencia al referirse como de pasada al aeropuerto de Bangkok, “que allí se me quedó un amigo”, y al que después se menciona como “el Escritor”, explicándose con habilidad el origen de la relación con el detective), sino por la desheredada muchacha que nos hablaba desde las páginas de la recién reeditada Nada, de Carmen Laforet, o de los niños de las novelas de Juan Marsé, que se rascaban la cabeza con azufre para evitar la tiña mientras subían las exigentes cuestas del Guinardó, o, en su variante “alta astracanada”, el casting de secundarios de las novelas detectivescas de Eduardo Mendoza (o la exitosa Sin noticias de Gurb, en la que, por cierto, el marciano protagonista adoptaba la apariencia de Vázquez Montalbán en una de sus divertidas transformaciones).
No exageramos: aunque sea con un lenguaje osado y poco delicado, el inesperado tándem Zanón-Carvalho rastrea los bajos fondos barceloneses, y el Raval, y la ladera oscura de Montjuïc… retratando a sus habitantes o, mejor, a sus supervivientes. Las prostitutas ancianas, los yonkis, los inmigrantes que no juegan en el Barça o los delincuentes-no-vocacionales que están a la que salta van desfilando por estas páginas y, aunque sabemos de ellos de un modo valleinclanesco, deformado, caricaturizado, hay en su perfil algo piadoso, un homenaje a los desposeídos, a los rechazados, a la desesperación. La Barcelona ‘camp’ de Vázquez Montalbán es aquí aún más suburbial: ha llegado el siglo XXI y no lo ha hecho precisamente con suavidad para algunas bolsas de población. Aquí está el frío más feo, que es el de la miseria; los besos extemporáneos, ocasionales, y los navajazos familiares, cotidianos; la extraña poesía de los márgenes, la mecánica sexual del extrarradio. Se nota que Zanón ha disfrutado escribiendo, y ese disfrute se contagia en forma de buena literatura, donde la trama es menos importante que el ambiente, el argumento pesa menos que el retrato, y aun así obtenemos una historia trepidante: Zanón no es Zafón, pero por ahí se le andará.
Un tópico especialmente atinado y exacto sabe que, cuando un escritor muere, su legado textual ha de pasar unos años de limbo, y sólo los que realmente merecían la pena regresan de él triunfantes en forma de reediciones. El año que viene se cumple el centenario del nacimiento de Miguel Delibes, y es previsible una relectura general que revalorice por entero su literatura; Gonzalo Torrente Ballester murió hace veinte años y ahora nuevas impresiones de Los gozos y las sombras o Don Juan lo recolocan en nuestras librerías como lo que es: uno de los mejores narradores españoles del siglo XX (somos muchos los que creemos que, puesta a premiar a un gallego, la Academia Sueca se equivocó estrepitosamente…). Nuestro Vázquez Montalbán se fue en 2003 y, como algunos preveíamos, no ha podido ser un secreto lo extraordinariamente bueno que era: el año pasado Anagrama rescató su magistral Galíndez, y ahora vuelve su Carvalho: aunque sea de forma un poco apócrifa, es también una forma magnífica, gracias al buen oficio de Carlos Zanón, y a lo bien que ha captado y reproducido la “melodía MVM”. Ésta es la sombra de Carvalho, sí, pero no sólo va a ser una sombra muy alargada, sino una sombra de mucha calidad.
Puedes leerla también en catalán.

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